Un proyecto para incluir en la Universidad a personas con discapacidad intelectual
Hace más de un año presentamos ante la Facultad de Formación del Profesorado y Educación de la Universidad de Oviedo un proyecto que llevaba un nombre sencillo y valiente: Fuerza en la diversidad. Nació de una promesa que hicimos en la Fundación Vinjoy: que las personas con discapacidad intelectual también tendrían un lugar en la Universidad. Lo hicimos convencidos de algo que para nosotros es esencial: la inclusión no se conquista con discursos, sino con hechos.
La Facultad acogió la idea con entusiasmo, y eso dice mucho de ella. Creyó en un proyecto que no ofrecía rentabilidad académica ni resultados fáciles, pero sí dignidad. El Gobierno del Principado mostró su disposición a estudiar la financiación, y finalmente fue la Fundación ONCE –referente nacional en inclusión y oportunidad– quien hizo posible que el sueño tomara forma. Los órganos universitarios dieron su aprobación y, desde Vinjoy, nos volcamos en hacerlo realidad.
Este 7 de noviembre de 2025, la Universidad de Oviedo inauguró oficialmente el curso Fuerza en la diversidad. Y no exagero al decir que fue un día histórico. Lo fue para la Facultad, para la ONCE, para Vinjoy… pero, sobre todo, para los catorce hombres y mujeres que comenzaron su andadura como estudiantes universitarios.
Verlos llegar, emocionados, vestidos con cuidado para la ocasión, me conmovió profundamente. Se saben los primeros, los pioneros. Algunos nunca imaginaron que podrían pisar una universidad. Bueno, imaginar sí –como quien sueña con ser jugador de fútbol–, pero no como algo que pudiera hacerse real. Al verlos, recordé aquel orgullo que sentí siendo un chaval de barrio cuando, por primera vez, me supe universitario. Era lo más.
Durante el acto de apertura se les entregó el carné universitario. Uno de ellos, con una mezcla de ingenuidad y sabiduría, preguntó: «¿Y esto para qué sirve?». No sabía que acababa de pronunciar la pregunta más profunda del día. Porque ese carné simboliza pertenencia, pero ellos ya pertenecen. Ya son estudiantes de pleno derecho. Tienen ilusión, ganas de aprender y una alegría contagiosa. Estoy convencido de que la Facultad recibirá tanto de ellos como ellos de ella. De hecho, sospecho que la Universidad será la gran beneficiaria de este encuentro, porque va a recibir algo que toda institución necesita de vez en cuando: un baño de realidad.
Quiero agradecer, de corazón, a la Facultad y a la Universidad de Oviedo su valentía. No es fácil abrir un aula cuando nadie lo había hecho antes. Y tampoco es sencillo para una institución universitaria –tan habituada a ejercer la autoridad del saber– reconocer que no siempre sabe escuchar con la misma facilidad con la que enseña. A veces, sin mala intención, la Universidad se siente generosa por abrir la puerta, sin advertir que aún mantiene la mano en el picaporte. No lo hace por soberbia, sino por costumbre. Por esa inercia de quien está convencido de estar haciendo lo correcto sin mirar del todo si el otro se siente dentro. Esa es, quizá, la dificultad más profunda: entender que no basta con permitir entrar, también hay que dejar espacio.
Por eso este proyecto tiene aún más mérito. Porque la Facultad se atrevió a abrir sus puertas sin saber del todo cuánto costaba hacerlo de verdad. Porque creyó estar incluyendo, y en buena medida lo hizo, aunque todavía no haya podido mirar del todo lo que esa inclusión implica para quienes llegamos desde fuera. A veces uno no nota el peso de la puerta porque la empuja desde dentro. Por eso valoro tanto este gesto: porque fue sincero, generoso y necesario. Y porque, aunque aún haya camino por recorrer, ha iniciado una transformación que merece respeto y gratitud. Ha demostrado que la Universidad puede ser más permeable, más consciente, más humana. Y que la formación y la humanidad no son esferas separadas, sino vasos comunicantes que se necesitan mutuamente.
Y sin embargo, en esa alegría, quiero dejar constancia de una preocupación que nace del amor a esta misma idea. El proyecto será un éxito completo cuando estos catorce estudiantes no sean noticia. Cuando no sorprenda su presencia en los pasillos. Cuando su nombre no aparezca acompañado del adjetivo «especial». Cuando hablen, estudien y compartan con los demás en un plano de igualdad. El día en que su paso por la Facultad no necesite explicación, sabremos que la inclusión ha dejado de ser programa para convertirse en cultura.
Mientras tanto, debemos estar atentos a un riesgo sutil: el de la exclusión amable, esa que se disfraza de ternura, se pronuncia con sonrisa y deja las estructuras igual. La que sustituye la exigencia por protección y el respeto por compasión. No nos equivoquemos: bajar la exigencia sería una derrota con apariencia de éxito. Incluir no es cuidar más, es creer más.
La Universidad, como toda institución humana, tiene sus atalayas. Desde algunas puede parecer un conjunto de intereses particulares; desde otras, una torre alejada de la vida real. Pero yo elijo mirarla desde la que la hace más grande: la Universidad como faro y madre del conocimiento, como espacio donde la sociedad se piensa a sí misma y se atreve a transformarse. Por eso creo que este paso es mucho más que un curso: es un gesto que honra su vocación original.
Hoy, Fuerza en la diversidad no es solo el nombre de un programa. Es una declaración de principios: que la diferencia no divide, sostiene. Que la igualdad no consiste en rebajar, sino en reconocer. Que la educación superior también puede ser profundamente humana sin dejar de ser exigente.
Gracias a la Universidad de Oviedo, a la Facultad de Formación del Profesorado y Educación, a la Fundación ONCE y a cada persona que ha hecho posible este sueño. Y gracias, sobre todo, a los catorce estudiantes que nos recuerdan con su alegría y su coraje lo esencial: que la inclusión verdadera no se escribe en los papeles, sino en las miradas que se encuentran al mismo nivel.

Adolfo Rivas